miércoles, 15 de abril de 2015

El deseo de superioridad

Diótrefes:
El deseo de superioridad y de poder
                                                                                         
“Le gusta tener el primer lugar”

Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia. Amado, no imites lo malo” (3 Juan 9-11).


“Seréis como Dios” fue algo que creyeron los padres de la raza humana. Como resultado de ello, la ambición se infundió en el hombre haciendo que se exaltase a sí mismo desde entonces hasta hoy. Muy pronto, este mal alcanzará su máxima expresión en la persona del Anticristo, el cual “se levanta contra todo lo que se llama Dios… haciéndose pasar por Dios” (2 Tesalonicenses 2:4). De ninguna manera son pocas las advertencias de la Palabra de Dios para Diótrefes y sus imitadores. Veamos unos ejemplos del Antiguo Testamento:

Abimelec estuvo tan resuelto a gobernar que ganó a todos sus tíos para que hiciesen campaña a favor de él. Alquiló seguidores, mató a setenta de sus hermanos, y reinó por tres años. Echó fuera a otro aspirante, dio muerte a sus seguidores, luego a la ciudad de estos últimos y prendió fuego a unos mil hombres y mujeres en la fortaleza de Siquem. Finalmente una mujer dejó caer un pedazo de una rueda de molino sobre la cabeza de Abimelec, y le rompió el cráneo (Jueces 9).

Absalón, tan admirado, mató a su hermano, prendió fuego al campo de Joab, y luego preparó carros y caballos, y cincuenta hombres que corriesen delante de él, y decía Absalón: “¡Quién me pusiera por juez en la tierra!” (2 Samuel 15:4), y luego robaba el corazón de muchos extendiéndoles su mano y besándolos, después de lo cual estableció su trono en Hebrón a despecho del rey David. Absalón erigió también un monumento para sí mismo (2 Samuel 18:18). Terminó su vida colgado (2 Samuel 14, 15 y 18).

Adonías se enalteció a sí mismo diciendo: “Yo reinaré”. También dijo: “El reino era mío, y todo Israel había puesto en mí su rostro para que yo reinara”, a despecho del rey Salomón. También fue muerto (1 Reyes 1 y 2).

Tobias y Sanbalat.. “matémosle”.. – un hombre como yo ha de huir?

“¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques” (Jeremías 45:5).

“Ellos… habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor” (Marcos 9:34).

“Aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas” (Mateo 23:6). “Ve y siéntate en el último lugar” (Lucas 14:10). “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14:11).

En cuanto a honra, siendo los primeros en rendirla a los otros” (Romanos 12:10, versión JND).

“Con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Filipenses 2:3).

“Pequeño en tus propios ojos” (1 Samuel 15:17).

“Ni tampoco como si tuvieseis señorío sobre la herencia (de Dios)” (1 Pedro 5:3, V.M.). ¡Quiera Dios impedir que alentemos de cualquier manera la insubordinación a los ancianos, así como de “unos a otros”, puesto que corremos también siempre peligro de caer en esto!

Pero cuando tan sólo intentemos alcanzar la conciencia de un Diótrefes o tratemos de censurarlo, según toda probabilidad, nos daremos cuenta de que estamos frente a un vigoroso combatiente y a un hábil defensor de sí mismo. Para justificar su camino de férreo poder, él bien puede insistir en el hecho de que todo debe hacerse “decentemente y con orden” (1 Corintios 14:40), y también alegará que “el que preside” (o “conduce”), debe hacerlo “con solicitud” (Romanos 12:8), y que “los ancianos que gobiernan (lit. “presiden, conducen”) bien, sean tenidos por dignos de doble honor” (1 Timoteo 5:17). Pero esta presidencia o conducción, no es otra cosa que el don no oficial que permite que aquellos que lo poseen sean capaces de «refrenar la acción de la propia voluntad mediante la Palabra de Dios y el Espíritu Santo» (JND).

Otro pasaje importante sobre el tema a que nos referimos se halla en el capítulo 16 de Números, donde Datán y Abiram hicieron mal al oponerse a Moisés y Aarón  diciendo: “¡Basta ya de vosotros!... ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación?” (v. 3).

Los creyentes mundanos y carnales incurren en la culpa de ser tan propensos a agruparse alrededor de su líder preferido, de aquel “que ama ser el primero (o tener el primer lugar) entre ellos” (3 Juan 9, JND) a fin de manejarlo todo y a todos.

Cuando existe una tendencia oculta de amarga disputa por la supremacía, como en el caso de Saúl cuando fijó su mirada en David por no poder soportar que hubiese ningún rival, ello no es otra cosa que una abominación. Esta tendencia pone de manifiesto que el creyente ha descuidado el hábito del juicio propio. Cuanto más lejos nos hallemos de todo deseo de prominencia o de toda pretensión a un cargo o título eminente o a cualquier función elevada, tanto mejor será.

«Debemos tener temor y huir de toda presunción de poder» (C. H. M.).

“Cuando Uzías se hizo fuerte, su corazón se enalteció” (2 Crónicas 26:16).

«El progreso del ‘yo’ constituye nuestra mayor pérdida» (W. K.).

«Los mejores son aquellos que más conocen su propia insignificancia» (W. K.).

“Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña” (Gálatas 6:3).

“Los que tenían reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa)” (Gálatas 2:6).

Se está a mejor resguardo siendo «nadie» que siendo «alguien». Hemos de compadecernos de aquel que se hace cargo de la reunión, dejando sobresalir el yo. 

Como lo expresó un conocido poeta:

¡Guardaos de todo sentimiento elevado de uno mismo!
¡De vuestra propia importancia y excelencia!
Aquel que se estima a sí mismo tan grande,
Y que atribuye tanto valor a su propia importancia,
De modo que todo a su alrededor y todo lo que se hace
Haya de moverse y de actuar a través de él solo,
Habrá de aprender por profunda humillación.

¡Qué insensatez la de engrandecerse a uno mismo! ¿Es Cristo mi objeto? ¿O lo es el «yo»? ¿Deseo exaltar a Cristo para exaltarme a mí mismo? Si Diótrefes rechazó la carta del anciano y único apóstol que quedaba con vida, y habló abusivamente de él, esta segunda carta debió de haber sido para él muy desagradable. Ella recomendaba a Gayo y a Demetrio por no carecer de “la suministración del Espíritu de Jesucristo”. «La verdad no hiere, a menos que deba hacerlo.»

Hay creyentes en quienes el deseo del poder y de querer destacarse no es juzgado, pero que son incapaces de ganar una legítima influencia; sin embargo, toman la delantera en actividades para las cuales no están espiritualmente calificados. Esto puede verse, por ejemplo, en la pretensión al ministerio de la Palabra sin el don requerido. En otro terreno, también puede manifestarse cuando se busca guiar a las almas, o ejercer la supervisión o el cuidado, sin las calificaciones que la Palabra demanda.

Hay una historia muy conocida sobre un ferviente admirador que le preguntó una vez a Leonard Bernstein, célebre director de orquesta, cuál era el puesto más difícil de llenar. Él respondió sin vacilar: “El de segundo violin; siempre puedo conseguir un montón de primeros violinistas, pero encontrar uno que toque el segundo violín con el mismo entusiasmo, o el segundo corno francés, o la segunda flauta, es un problema. Y, sin embargo, si no se toca el segundo instrumento, no tenemos armonía”. En la orquesta de la vida, el “segundo violín” es también un papel difícil de desempeñar, en particular en el liderazgo cristiano.

La epístola conocida como Tercera de Juan es el libro más corto del Nuevo Testamento y un vívido retrato de la vida de la iglesia primitiva y de la obra misionera. Si bien es una opinión generalizada de que la “Segunda Epístola de Juan” fue escrita para una comunidad, no hay duda de que esta Tercera Epístola escrita por “el Anciano” está dirigida a un individuo, Gayo, a quien Juan llama “el amado” cuatro veces en esta pequeña carta.
Tres personas están claramente esbozadas aquí –Demetrio, el mensajero leal y amable; Diótrefes, cuyo nombre significa “alimentado por Zeus”, era un funcionario local dominante; y Gayo, el laico confiable. Éste era evidentemente un hombre de integridad suprema, lo que queda de manifiesto en el hecho de que los hermanos “daban testimonio de [su] verdad”, sobre todo de que “anda en la verdad” (versículos 3 y 4). “Andar en la verdad” es otra manera de decir que Gayo era un seguidor de los pasos del Señor. Actuaba con “fidelidad”, cuidando a los creyentes y siendo hospitalario con los extranjeros (versículo 5). Sus obras también se destacaban por el amor incondicional expresado en todas las facetas de su vida, tanto que se ganó la admiración de otros que hablaban de él constantemente “ante la Iglesia” (versículo 6). Cualquiera que haya sido padre, maestro, guía, entrenador o mentor, puede identificarse con la expresión de alegría del Anciano por aquél que hace avanzar su legado con características sobresalientes que cada creyente debe emular.

Por otro lado, nos encontramos con uno de los personajes secundarios del Nuevo Testamento, Diótrefes (cuyo nombre se menciona una sola vez, aquí) que nunca logró jugar un papel de segundo violín. Le encantaba la preeminencia o “ser el primero” (versículo 9). Tal vez un laico popular e influyente de la iglesia primitiva, este hombre ambicioso representa a aquellos líderes de iglesia vanos, auto-referentes y pomposos, que luchan por el poder. Su objetivo principal era conseguir sus propios fines mediante el abuso de autoridad, y controlando a otros. Estos atributos no sólo exponían los defectos de este hombre, sino que también representan ese tipo de actitud que todo el que quiera ser reconocido como un “santo” debería rehuir, como José huía de los intentos de seducción de la mujer de Potifar (Génesis 39:7-8). Éstos son algunos de los ámbitos de la lucha de poder de ese antiguo simpatizante de la “facción de los judíos”, que siguen asolando a nuestras modernas y sofisticadas comunidades de fe.

Diótrefes era acosado por un deseo de dominación 
La pasión por la preeminencia es una característica constante en la naturaleza humana, que se menciona con frecuencia y se ilustra en la Biblia (Isaías 14:13-14). Apareció por primera vez en los tribunales del cielo y alzó su cabeza perniciosa en la vida de aquellos que caminaban con Jesús. A pesar de que eran compañeros de Aquel que “se anonadó a sí mismo” (Filipenses 2:5-8), los discípulos a menudo discutían sobre quién era el más grande entre ellos (Marcos 9:35-37 y 10:35-44). Este espíritu y esa actitud nunca han salido de la Iglesia cristiana. En cada época, y en cada siglo, han existido los que profanan el nombre de Cristo, los que mancillan la belleza de su santidad, y perturban la paz de sus comunidades con su lucha por el poder y deseo de dominación.

Le molestaba la autoridad de Juan 
El resentimiento es siempre un compañero cercano de la lucha por el poder. Utiliza la experiencia, edad, riqueza, posición social y a los oficiales elegidos de la iglesia, entre muchas otras influencias perversas, para reclamar el derecho de dictar políticas y dominar las actividades. Siempre da lugar a críticas hacia las autoridades y a la resistencia ante sus decisiones y acciones. Los que operan como este antiguo “jefe de la iglesia” a menudo se esconden detrás de una fachada cristiana. Usan de manera indebida el nombre de Dios, buscan textos de prueba en Su Palabra para infligir sufrimiento a los miembros —que están obligados a soportarlos— y contaminan la atmósfera de paz con sus agresivas afirmaciones legalistas.
Un autor cristiano contó cómo escribió una vez un artículo sobre Diótrefes para la revista de su denominación. El editor le dijo que 25 diáconos de la Junta Editorial detuvieron su publicación porque se sintieron atacados personalmente en el artículo, que fue escrito sin tenerlos a ellos en mente. El espíritu resentido de Diótrefes está vivo. El hecho es que cualquier persona que adopta esta actitud puede tener éxito y ganar la lealtad de ciertos admiradores, pero esto siempre es de corta duración, porque Dios odia todo lo feo y siempre dejará expuestos a quienes actúan en la oscuridad, haciendo brillar su admirable luz de gracia sobre ellos.

Se negaba a recibir a los enviados de Juan 
Como líder, tal vez sólo a los ojos de aquellos a quienes controlaba en la congregación, Diótrefes se creía más de lo que realmente era, oponiéndose y expulsando a los emisarios de Juan. El ansia de poder que afecta a los que tambalean en la repisa de la piedad, como Diótrefes, produce frutos de amargura y resentimiento en lugar de los dones del Espíritu (1 Cor. 12:7-31). Como resultado, cuando otras autoridades los pasan por alto, caen en una progresión natural, en una espiral descendente de desafío y rechazo a los verdaderos portavoces de Dios.

Se alineó con los judaizantes 
Aunque puede haber simpatizado con algunas de las doctrinas gnósticas que fueron populares en sus días, Diótrefes, un judío, se alineó con los judaizantes. Un grupo extremista entre los cristianos hebreos, estos judios exigían la plena observancia de todas las leyes judías, especialmente el rito de la circuncisión, una cirugía dolorosa para los hombres adultos (Génesis 34:22-25). Los judaizantes creían que si un gentil deseaba convertirse en cristiano, él o ella debía convertirse primero en un prosélito del Judaísmo. Además de su rígida adhesión a las leyes de Moisés, a los judaizantes les encantaba usar ricas vestimentas en el templo con un aire de arrogancia; esperaban intimidar a sus opositores e influenciar a los que aceptaban sus palabras como la verdad definitiva. Eran una espina en la carne del apóstol Pablo, y Diótrefes, en particular, era irrespetuoso con el apóstol Juan. En consonancia con los judaizantes, a pesar de que había afirmado seguir a Cristo como su agente de gracia, Diótrefes puso a la Iglesia al borde de la anarquía, mediante su crítica persistente y sin freno, oponiéndose públicamente al amado apóstol.


 - Jesús dijo que el más grande entre nosotros debe ser el servidor de todos (Marcos 9:35). Los que no son servidores no pueden experimentar plenamente la libertad de la salvación comprada con Su sangre. La esperanza de nuestra Iglesia y la belleza de su diversidad, están no sólo en sus naciones, lenguas y personas, sino especialmente en su respeto –si no aceptación— por el punto de vista del otro. El mal espíritu de dominación, o de lucha por el poder, sólo será eliminado del pueblo de Dios cuando nos amemos los unos a los otros como Cristo nos amó (Juan 15:12), sin preocupaciones egoístas (Filipenses 2:3-7), y mirando la vida a traves de los ojos del Maestro.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario